lunes, 23 de junio de 2014

De Chatos a Chatis

Chato de vino tradicional en las bodegas de SalamancaUna de las cosas con las que más en desacuerdo estoy con los tiempos modernos  la encuentro en los bares y tabernas. Proliferan los negocios de hostelería y restauración, más en una ciudad de servicios como Salamanca, donde abunda la gente de buen comer y mejor tragar. Paso mis buenas horas enredado en conversaciones en compañía de meseros, mozos y veteranos de los corrillos bien regados. Hemos descubierto, iluminados por las chiribitas de nuestros ojos y los relámpagos de luz de nuestros cerebros interconectados que cada vez es más difícil escuchar la rancia y agria orden "ponme un chato de vino".

Hemos atravesado una de las mayores crisis económica que se recuerda y, sin embargo, tan asequible y espirituosa bebida, en vez de recuperarse, se ha ido perdiendo hasta casi extinguirse. Por suerte aún permanecen reductos de nostálgicos que no se han dejado arrastrar por la finura de las curvas de las copas altas y permanecemos fieles a las cristalerías bajas y planas. En nuestro corrillo, participan gentes diversas y que durante décadas han estado entregadas al estudio, lo cual no es sinónimo de logro académico, siendo simplemente reseña del tiempo dedicado. Afirman los más doctos que esta imperceptible desaparición es fruto de la cultura del vino y el resultado de haber educado a los españoles en el paladeo de los caldos tintos, blancos y rosados. El vino encontró en el etiquetado su marketing de marcas, dicen los expertos, y con él los bohemios encontraron la excusa para entregarse a los placeres y virtudes veniales de las más humildes escalas sociales.

Dejando de lado los motivos que llevan a la desaparición del chato de vino como bebida estrella, desencadenante de afectos y desafectos, quiero aprovechar para recordar mis correrías en búsqueda del vino a granel. La Ruta del Vino llamábamos a esta algarabía. Un recorrido que, con un presupuesto muy ajustado, nos llevaba a escalar a pasos agigantados las montañas etílicas más escarpadas. Esta Ruta del Vino por Garrido tendía a tener su origen en la Plaza Monleón o del Mirto donde en la Bodega Hernández establecíamos nuestro punto de encuentro donde, un elegante mesero, nos esperaba siempre dispuesto a la alegría y conversación, anhelante como estaba de que atravesáramos el umbral de su enrejado, ofreciéndonos como bienvenida su tez rojiza y su eterno jersey verde.

Un grupo de jóvenes lo pasa en grande en la Bodega Paco de SalamancaDe aquí cogíamos los ánimos suficientes para emprender la ruta por los rincones que el barrio nos ofrece movidos por la improvisación de la conversación y los pasos del más decidido. Varias solían ser las paradas en tan singular marcha. Atravesábamos campos de Amapolas como si de tierras afganas se tratara, de forma rápida y furtiva. De repente, llegábamos a amplios bulevares donde El Barco nos esperaba dispuesto a zarpar para llevarnos rumbo a los Alpes en busca de puertos secos como el de Zurich que hoy no llevan a parajes nevados sino a los oasis de la península arábiga. En definitiva, dábamos tumbos y rodeos para acabar llegando siempre a nuestro sancta santorum: la Bodega Paco.

Esta Bodega Paco nos ofrecía, no sólo uno de los mejores caldos que he probado en mi vida, ya fuese en cantidades modestas en su formato chato, muy generoso eso sí, servido en una cuidada y elegante jarra de cristal o en un formato más canallesco dentro de una botella de plástico de la marca Casera o Revoltosa para aquellos días en los que la Ruta no terminaba entre aquellas paredes sino que se había iniciado con el propósito de continuar, allí nos encontrábamos en uno de los paraísos terrenales donde poderse divertir. Esta tasca, situada muy cerca de La Glorieta, histórico coso taurino, ha sido siempre uno de los lugares de ambiente más selecto entre la sociedad charra. Allí los más granado del mundo de la tauromaquia compartían verdades, falacias, juicios, valoraciones o simples rumores de las faenas lidiadas no sólo en la arena de la plaza sino en las faldas de quienes vivían deslumbradas por los lujos que soñaban encontrar debajo de un traje de luces.

La Glorieta plaza de toros de Salamanca es una de las históricas de España

Las tertulias se alargaban, corros y corrillos aparecían y desaparecían en un vaivén constante de gentes, sonrisas, confidencias y alguna que otra tristeza. Eso sí, una figura permanecía allí dentro, imperturbable, el señor Paco. Este mesero, el mejor que he conocido nunca, amaba su trabajo tanto como la fiesta nacional de los toros. Se mostraba tan apasionado de lo uno y lo otro que su vida sólo se extinguió cuando La Glorieta se convirtió en una plaza de Segunda División. Queda en mi memoria el imborrable recuerdo del señor Paco, su bigote y su peinado siempre bien cuidados. Su amor por el color gris que gustaba lucir en sus pantalones para mantenerse fiel a sus palabras, pues siempre decía que el ciudadano de a pie no merecía portar prendas de color si no se había parado delante de un toro. Bien digno fue él de lucir tantos colores como le hubiese gustado, sólo por ese saber estar, por ese saber plantarse propio de los buenos toreros que adquiría cuando, encendido su cigarro, alzaba su pie derecho, lo posaba sobre su siempre estratégicamente colocada caja de cerveza, se inclinaba y oteaba, desde la puerta de su bodega, los sueños de una plaza de toros llena agradeciéndole y vitoreándole por su última faena.

En la Bodega Paco Salamanca varias generaciones han cruzado sus puertas

Me llega la nostalgia de estas gentes y estas aventuras. Aventuras que no siempre encontraban su fin en la compañía de Paco, sino que, especialmente los días en los que recibíamos el jornal, continuaban mientras nos lanzábamos a la carrera calle abajo, ya no en busca de más chatos sino de chatis, a las whiskerías más selectas donde poder emular a nuestros admirados toreros ante otras fieras igual de bravas.

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